Punto de vista: el que espera, desespera

“A las empresas no les preocupa la impuntualidad. Se organizan para minimizar los retrasos o el incumplimiento en el trabajo”

Por Carmen Vildoso, Socióloga (*)

Es lo que dice el refrán. Y así sucede a menos que el afectado o la afectada esté muy acostumbrado a esperar. La impuntualidad –el lema de la campaña Respetos Guardan Respetos, lanzada por el Acuerdo Nacional– es una realidad entre nosotros porque existe y ha existido una tolerancia a veces mayor que la desesperación.

Los perjudicaduos asumían que no tenían la opción de irse o –peor aún– que esta salida les iba a salir más costosa aun.

La campaña invita a mirar a nuestro alrededor. Hay personas perfectamente puntuales en el ámbito laboral que se ‘relajan’ con sus familiares y amigos, imponiéndoles sus horarios y ritmos, al menos mientras estos se los consienten. Practican la puntualidad donde es una exigencia, pero se olvidan de la virtud cuando depende de un intercambio voluntario.

En cambio, hay ambientes donde lo que puede parecer impuntualidad responde a códigos propios y compartidos. Entre la hora en la que se citan las jóvenes en las discotecas y la hora a la que realmente llegan hay una considerable diferencia porque se van encontrando antes para los ‘previos’. Se trata, más bien, de conocer el código.

¿Cuánto pierde el país por la impuntualidad? Fue la pregunta que surgió inmediatamente. La falta de información muestra lo poco que se ha valorado el tema. Las empresas no están preocupadas por la impuntualidad. Están ocupadas en el uso eficiente del tiempo y se organizan para minimizar los retrasos o el incumplimiento en el trabajo.

Sin embargo, la tardanza que la empresa ha logrado evitar puede tener costos que no se toman en cuenta.

Quien pretende manejar todas las riendas de un quehacer doméstico con tendencia al desborde puede verse obligado a tomar un taxi o a tomarlo a cualquier precio. Peor aun –por el estrés– dejar algo olvidado en él.

Una clave para la puntualidad está en la capacidad de manejo de lo imprevisto. Todos conocemos habitantes de distritos que están a dos o tres horas del Centro de Lima que se desplazan en transporte público y son los primeros en llegar a oficinas ubicadas en zonas céntricas o definitivamente alejadas de sus viviendas.

A mayores riesgos y menores ingresos, mayor necesidad de prever lo que puede suceder en el camino. La opción de tomar el taxi o el seguro de prevención de accidentes en la carretera no existen.

Para no equivocar el rumbo es importante diferenciar el incumplimiento con los compromisos, que se deriva de las dificultades de la vida cotidiana, de lo que es pura y simplemente falta de consideración por los demás.

Todos podemos opinar al respecto. ¿Qué clase de dificultades son esas? ¿Quiénes se ven más afectados? ¿Quiénes son los llamados a resolverlos? ¿Cómo nuestros impuestos pueden ser usados en ese sentido? En general, lo que cabe es proponerse otras formas de vida más solidarias, así como un tejido más fuerte de protección social y mejores servicios públicos. ¿Falta de consideración? Hay mucho menos que preguntar. Pongamos –entre todos– punto final a la tolerancia mal entendida.

Fuente: El Comercio – Economía
Fecha: Martes 13 de marzo de 2007

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