De aquí a las elecciones del 2006 los peruanos vamos a tener que sacar de donde sea una «cadena de la suerte» que nos permita construir durante los siguientes cinco años algún tipo de horizonte, que siempre será mejor que carecerlo.
Esto quiere decir, por ejemplo, que no debemos pensar en las ventajas modernas de la competitividad sin haber puesto las bases de una reforma educativa ni creer que el TLC con Estados Unidos puede funcionar –milagrosamente– sin reforma del Estado. Y no habrá seguridad jurídica y seguridad ciudadana, perceptibles y tangibles, sin gobernabilidad, y viceversa. Como tampoco puede reclamarse un sistema de partidos solo para tiempos electorales, cuando este es indispensable para el ejercicio pleno de una democracia.
Ahora bien. Esta «cadena de la suerte», con sus eslabones así descritos, no la van a asegurar únicamente los partidos o las alianzas o los frentes que pasen a la segunda vuelta electoral. Entonces habrá un pacto o más de un pacto que llevará a la disputa voto a voto del poder o al triunfo holgado de uno de los candidatos. L o que tendremos a partir de ahí, si funciona el pacto o los pactos, será un gobierno fuerte, pero no necesariamente una garantía de gobernabilidad, que requiere la concurrencia de más actores en torno de lo que esta palabra propone: que el país funcione.
Si el sinónimo de gobernabilidad es que el país funcione –dicho así–, sencillamente, tenemos que esperar de los partidos muchísimo más de lo que nos están ofreciendo hasta ahora. Aplaudamos su sensatez, su voluntad y práctica de diálogo, sus apremios coyunturales y sus esfuerzos por adecuarse a una democratización que ahora se los exige la ley. Pero exijámosles capacidad y responsabilidad para ir más allá de sus intereses en función del sistema político que le hace falta al país para desenvolverse bien y funcionar, de la misma manera que lo hace el sistema económico.
No podemos vivir con reglas de juego muy bien diseñadas y blindadas para la economía y con prácticamente cero reglas de juego para la política.
Hubiera sido sin duda mejor que el Acuerdo Nacional naciera más autónomamente y no enganchado al carro gubernamental de Toledo. Pero hay que reconocer que él lo gestó y lo convocó. Y para suerte del país el Acuerdo Nacional ha madurado lo suficiente como para no sentir la presión oficial. Quizá ha llegado el momento de empezar a construir, bajo este marco, la instancia de concertación que hace falta para hacer lo que hizo Chile con su sistema político: el mejor mecanismo de gobernabilidad que tiene, por encima de las diferencias, rivalidades y competencias partidarias.
El electorado espera actitudes y compromisos distintos de los partidos. No los quiere oír diciendo tonterías. Desea escuchar sus ideas, propuestas y soluciones. Quiere verlos comprometidos con un proyecto de país. Detesta encontrarse con la misma clase política que pasa de la inmunidad a la impunidad sin rendirle cuentas a nadie.
¿Por quiénes, pues, vale la pena votar el 2006?
Fuente: El Comercio
Fecha: Domingo 02 de Octubre de 2005