Una Constitución para el siglo XXI
Rafael Roncagliolo.-
La expresión titular de este artículo está tomada de las deliberaciones en curso en el Acuerdo Nacional y expresa bien el problema constitucional de fondo, hoy en el Perú. Este problema de fondo no puede restringirse a los mecanismos de la reforma constitucional: Asamblea Constituyente o Congreso, reforma total o reformas parciales.
Lo que el país requiere, no necesariamente mañana por la mañana, es un genuino pacto constitucional que sea producto del consenso y que asegure la supervivencia del país, de su democracia y de su desarrollo. Una Constitución que se enmarque en los cuatro grandes objetivos de las políticas de Estado del Acuerdo Nacional: democracia, equidad y justicia social, competitividad, Estado transparente y descentralizado. Una constitución con la cual la inmensa mayoría de los peruanos se sienta identificado, lo que no es el caso de la carta de 1993, redactada en forma excluyente y aprobada con las justas en un referendo seriamente cuestionado.
Es cierto que, como decía Manuel Vicente Villarán y repite Ernesto Blume, el Perú ha vivido haciendo y deshaciendo constituciones. Durante el siglo XIX tuvimos ocho constituciones. Durante el siglo XX, cuatro. Pero pocas han sido, como la de 1979, fruto de una amplia concertación de criterios. Y de lo que se trata ahora es precisamente de producir consenso entre el conjunto de las fuerzas políticas y sociales. Ojalá pudiéramos cumplir lo que España cumplió al redactar una Constitución basada en muchas concesiones de todas las partes y aprobada de forma abrumadora por los ciudadanos españoles.
Lo óptimo hubiera sido que como culminación de este quinquenio de transición, el próximo gobierno fuera elegido en base al nuevo texto constitucional. Sin embargo, no parece haber condiciones para ello y prevalece la idea de postergar el pacto constitucional. Este temperamento trae tranquilidad en el corto plazo al costo de incertidumbre en el mediano y largo plazo. Pero, bueno, aceptemos que el sentido de lo urgente no siempre coincide con la valoración de lo importante.
Lo que toca en estas circunstancias es retomar la deliberación nacional que debe conducir, en algún momento, a una Constitución hecha para encarar los desafíos del siglo XXI. Los cimientos para este ejercicio abundan: la Constitución de 1979, el Informe de la Comisión de Bases para la Reforma Constitucional creada por el Gobierno de Transición, lo mucho que se avanzó en el actual Congreso de la República, las políticas de Estado del Acuerdo Nacional, los Informes de la Comisión de la Verdad y Reconciliación y de la CERIAJUS.
En suma, la tarea constitucional parece convertirse en una más de las varias asignaturas pendientes en esta transición inconclusa que vivimos. Advirtamos que mientras no se tome la decisión política de construir la Constitución para el Siglo XXI, seguiremos viviendo en un Estado de baja densidad constitucional, en el que la carta fundamental no expresa el sentimiento constitucional del país ni goza de la plena adhesión que hace a estos textos perdurables. Ojalá sea por poco tiempo.
Fuente: La República – OPINIÓN
Fecha: Jueves 28 de octubre de 2004