Augusto Álvarez Rodrich
El Acuerdo Nacional cumple su primera década.
Dicen que una foto vale más que mil palabras, y eso se ha vuelto a constatar con la imagen en donde Ollanta Humala, Alan García y Alejandro Toledo aparecen sonriendo y bromeando en la última sesión del Acuerdo Nacional (AN).
El motivo de la convocatoria al AN, el martes pasado, fue, por un lado, el anuncio de la aprobación de la política de estado sobre recursos hídricos, la cual parte del compromiso de cuidar el agua como patrimonio nacional y el derecho de las personas de acceder a este recurso.
Este es el acuerdo número 33 del AN, el cual resulta bastante oportuno en un contexto en el que el agua se está convirtiendo en un asunto crucial en las relaciones políticas, sociales y económicas en el país.
Por el otro lado, con una mirada más amplia, la sesión del martes del AN también fue una ocasión para celebrar el décimo aniversario de este espacio al que concurren agrupaciones políticas, gremiales y sindicales, así como algunas personas que apenas se representan a sí mismas, con el fin de establecer políticas de estado que debieran orientar el destino de la nación con una perspectiva de largo plazo.
Una manera de evaluar el desempeño del AN y su contribución al fortalecimiento de la institucionalidad democrática es analizando la calidad de las políticas de estado aprobadas en este ámbito, así como el grado de cumplimiento de los objetivos planteados.
Si se usara un enfoque basado solo en este último criterio, es probable que el resultado del análisis sería frustrante, pero ese no debiera ser el único modo de evaluar al AN.
Toledo usó el AN como instrumento para resolver sus crisis políticas, especialmente cuando la tasa de crecimiento del PBI era superior a su aprobación de la opinión pública. García tenía otros espacios para solucionar sus líos, por lo que el AN fue puesto en la congeladora. Y aún no es muy claro qué quiere hacer Humala con este ámbito.
La contribución del AN también debiera verse a la luz de donde está su aporte principal, es decir, por su contribución a la construcción de una cultura del diálogo y del aprendizaje de conversar con tolerancia y respeto por las posiciones que son distintas de las propias, especialmente en un contexto en el que el mundo político y periodístico ofrece expresiones crecientes de violencia y agresividad.
Ver a tres presidentes –uno en ejercicio y los otros dos ya lanzados a la campaña para volver a serlo– haciendo un alto en su esfuerzo cotidiano para atacarse y destruirse, riendo y bromeando para las cámaras, aunque sea por un rato, es una imagen entretenida y refrescante.
Fuente: La República – OPINIÓN
Fecha: Viernes 17 de agosto de 2012