Con más poder y liderazgo político, el Acuerdo Nacional ya no estaría pintado en la pared
Si durante muchas décadas tuvimos más desacuerdos que acuerdos sobre el diagnóstico y las necesidades del país, ahora es al revés: los acuerdos nos abruman, como, por ejemplo, frente a la exclusión social.
A estas alturas del tiempo podríamos decir que nuestros más insignes pensadores fueron, en el fondo, y siempre, optimistas. Contra los malos augurios de nuestra inestable vida política, los peruanos aprenderíamos, a la corta o a la larga, a construir, de a pocos y a trompicones, las piedras angulares de ese «sentido de futuro» que nos faltó en momentos cruciales, que se nos escapó de las manos en otros, como cuando pudimos fundar una larga institucionalidad civil, y que nos ha seguido faltando, irremediablemente, hasta hoy.
Nunca como ahora tenemos delante de nosotros no todas pero sí muchas piezas importantes que deberíamos incorporar a la difícil construcción de nuestro sentido de futuro, pero estas piezas están sueltas, a la espera de que el Acuerdo Nacional y los poderes políticos les den algún tipo de carácter vinculante, sin el cual no tienen sino el brillo vaporoso intelectual que las sustenta, al igual que las mismas piezas constitucionales divorciadas de la realidad o que sencillamente no se cumplen.
Cuando a propósito de la última CADE y del diagnóstico del Banco Mundial sobre el Perú, Augusto Álvarez Rodrich propone un nuevo contrato social, no está aludiendo a la necesidad de una nueva Constitución, que significaría una pérdida de tiempo más, sino a la urgencia de engarzar, con fuerza política, las piezas sueltas de consenso que ya han madurado y con las cuales podemos darle al país el norte que reclama, alrededor del cual podemos unirnos, incluidos y excluidos.
Aprendamos a construir Gobierno, Estado, Nación, Territorio y Sentido de Futuro (así en mayúsculas), a partir de todo aquello en lo que todos estamos de acuerdo en los planos político, social, económico, educativo y cultural. No pongamos entonces las conclusiones de la CADE en el refrigerador ni las propuestas del Banco Mundial en las solas manos de la burocracia estatal ni las decisiones de consenso del Acuerdo Nacional enumeradas en una lista que no parece comprometer ni al Gobierno ni al Congreso ni a la justicia.
Todo esto forma parte pues de un proyecto común, que a todos nos toca, que a todos nos afecta y que a todos entusiasma. ¿Pero dónde y cómo poner cada una de las piezas que deben darle forma y energía de funcionamiento?
Es más: ¿Quién se hace cargo de la tarea? ¿El doctor Max Hernández, secretario general del Acuerdo Nacional? Quizás haga falta ponerlo a prueba, pero con mayor poder y liderazgo que el decorativo que tiene hoy.
Fuente: El Comercio
Fecha: Jueves 7 de diciembre de 2006