Las cosas sensatas sobre la actual crisis política y la mejor alternativa de salida ya han sido dichas muchas veces en los últimos tiempos. Cabe simplemente enfatizar la importancia de algunas iniciativas que permitirían a un gobierno débil y desprestigiado evitar que el tránsito hacia las elecciones del 2006 se torne peligroso para la salud democrática del país.
Una de esas alternativas, tal vez la más importante, es que el Gobierno supere su inclinación al atrincheramiento a favor de una estrategia de conciliación y apertura política. Hasta ahora, el atrincheramiento y los blindajes solamente le han dado victorias pírricas en el Parlamento, pero al mismo tiempo le han hecho perder de vista que el verdadero campo de batalla está en la calle, en el ámbito de la opinión pública, donde se ha jugado el gran partido que ha terminado con la deslegitimación del Gobierno y, lamentablemente, con la desvalorización de la democracia.
L a obligación central del Gobierno a estas alturas no es salvarse a sí mismo, sino evitar convertirse en el sepulturero de la democracia. Eso requiere grandeza de espíritu, pero también una buena lectura de la realidad política y del ánimo nacional.
Vista la cosa desde esa perspectiva, la salida no está en la multiplicación de inauguraciones, como parece creerlo el presidente Toledo cuando dice que el “ruido político” no impedirá que siga trabajando, ni en la formulación de nuevas promesas.
Consolidado el consenso sobre la necesidad de un cambio en el Gabinete, la oportunidad está dada para una señal política de esa envergadura, que sería trágico desperdiciar insistiendo en lógicas de confrontación. Un nuevo gabinete, que bien podría mantener en sus puestos a los ministros que hacen bien su labor, debe tener como cabeza a una persona capaz de convocar a un entendimiento nacional y que pueda generar consensos en torno a tres o cuatro temas capitales, entre los cuales debe estar, en primerísimo lugar, una suerte de código de conducta para la etapa electoral.
Aparte de ese tema, la protección de la democracia y la salvaguarda del orden institucional requieren que antes de las elecciones se hayan logrado realizar algunas reformas sustantivas, ninguna de las cuales se puede hacer sin entendimiento entre las fuerzas políticas. En esa lista están, por ejemplo, la necesidad de un esfuerzo de racionalización de la legislación electoral y de reforma de la ley de partidos políticos; la reforma del Estado en aspectos sustanciales, como el de la bicameralidad, y la definición de los términos generales en que se impulsará la inserción del país en el proceso de globalización a partir de tratados de libre comercio y convenios de integración subregional.
Un espacio ideal para empezar a gestar ese acuerdo de salvación nacional, pues no sería otra cosa, visto que si fracasamos ahora lo más probable es que el próximo período sea tan penoso como el actual, es el Acuerdo Nacional . Sin excluir al Parlamento, el Acuerdo Nacional tiene la ventaja de incluir representaciones de la sociedad civil y de sectores no directamente representados en el Congreso.
Lo claro es que la búsqueda de consensos y entendimientos es hoy muestra de sensatez y que el atrincheramiento equivale a un esfuerzo del Gobierno por cavar su propia tumba.
Juan Abugattás
Ex viceministro de Educación
Fuente: El Comercio – OPINIÓN
Fecha: Jueves 03 de Febrero de 2005