El psicoanalista Max Hernández habla sobre el Perú, su gente, sus luces y sus sombras
International Press: Doctor, ¿qué significa para usted ser secretario técnico del Acuerdo Nacional (AN) en un país como el nuestro, donde lo que menos hay son acuerdos?
Max Hernández: Mire, la pregunta es en parte exacta y en parte no tanto. Es cierto que los acuerdos no han sido noticia, pero sí hemos llegado en algunos momentos a establecer importantes consensos. Hay Constituciones de la República que respondían al consenso. Ha habido intentos, y acá cito algunos nombres: Alfonso Grados Bertorini, que fue el primer gran impulsor de la concertación; Ramiro Prialé, cuando dijo esa frase que se hizo célebre: “Conversar no es pactar”. Y estamos hablando de que ya había voluntad de diálogo, pero que la sospecha, y en eso sí le daría razón en esa parte de su pregunta, estaba muy entronizada. Y por lo tanto el solo hecho de conversar era visto como componenda, arreglo.
IPC: ¿Cómo llegó al AN?
MH: Para mí fue un reto la secretaría técnica del Acuerdo. Yo fui convocado por el presidente Toledo, en el primer momento del Acuerdo, como miembro del comité consultivo. Le cuento una anécdota graciosa. Había varios miembros del comité consultivo: siete extranjeros y tres peruanos. Los tres peruanos éramos el padre Juan Julio Wicht, el doctor Fernando Cabieses y yo. Fernando Cabieses, un distinguidísimo neurocirujano, se había dedicado a estudiar la cultura aborigen y el funcionamiento de la medicina tradicional, y había escrito cosas muy interesantes sobre la práctica chamánica. Y un periódico publicó la siguiente frase en un titular: “Muy mal debe estar el país cuando necesita un cura, un chamán y un loquero” (risas).
IPC: Usted ha dicho que construir consensos implica entender la posición del otro, lo que a su vez implica aprender a escucharlo. ¿Los peruanos sabemos escuchar?
MH: Yo creo que los seres humanos en general no somos muy buenos para escuchar. Nuestro cerebro está mejor interconectado para leer las expresiones del otro que para leerse a uno mismo. Entonces hay una especie de alerta permanente, porque yo sé o creo saber más de a dónde quiere ir el otro que a dónde estoy yendo yo. Entonces la escucha va a ser un poquito suspicaz, un poquito defensiva. Todo primer encuentro, como decía mi maestro el doctor Seguín, es un “en contra”. La gran tarea es hacer del “en contra” un encuentro.
IPC: ¿Estamos aprendiendo a escuchar?
MH: Sí creo que estamos aprendiendo a escuchar, pero aprender a escuchar también quiere decir valorar la palabra. ¿Qué es lo que pasa? Si la palabra sirve para tantas cosas, entre otras para mistificar la verdad, y para mentir, entonces yo también voy a sentir que mi capacidad de confianza en la palabra se desgasta. Voy a escuchar no solo con desconfianza, sino con el escepticismo cínico y cansado de “más de lo mismo”, “todo es mentira”. Una gran tarea es aprender a escuchar y conversar. La típica entrevista no es la que me permite explayarme, sino “dígame usted, ¿cómo acepta ser secretario técnico de un AN en un país donde no se llega a acuerdos porque acá no sabemos escuchar y nunca hemos tenido políticas de largo aliento? Dígame, ¿qué hace acá? Lo que hace usted entonces no tiene ningún sentido, ¿no es cierto?”. “Oiga, mire…”. “No, no, que oiga mire, respóndame de inmediato”. Entonces digo cómo va a haber un espacio mínimo para yo poder tratar de responder a su pregunta no negándola, sino diciendo “caray, tiene razón, es cierto, no hay una cultura de la escucha, del consenso, del diálogo, de la concertación”. Pero tampoco es cierto que no sepamos escuchar en absoluto. Probablemente entre nosotros parece más acentuado por los problemas de la magnitud tan grande que tenemos, que hace que demanden respuestas más imaginativas e imaginarias que prácticas y reales. Todavía hace algún tiempo decir “qué pragmático es este sujeto” era casi un insulto.
IPC: Como si fuera no tener principios.
MH: Exacto. Porque se confunde el pragmatismo con el oportunismo. Una de las cosas que me preocupan es la tendencia que ha habido entre nosotros a autoflagelarnos, y decir pues que la culpa la tiene que no somos una sociedad en su composición étnica y cultural homogénea. Como si eso no fuera una virtud, sino un defecto. El Perú es una especie de laboratorio de lo que va a ser el mundo. El mundo va a ser una realidad mucho más plural, multicultural y mestiza de lo que es hasta ahora. Pero para eso necesitamos transformar nuestro chip mental, y decir “esta pluralidad es valiosísima”, y no “pucha, es un desorden”. Esa síntesis de la cual Acurio ha sabido hacer tan grande éxito. Si yo le dijera el auge de la gran cocina peruana a quién se debe, vamos a decir que se debe a la presencia indígena y a los productos naturales. Sí, en parte. Pero también se debe a la influencia española. ¿Pero cree usted que sin la presencia china tendríamos el auge de nuestra cocina? ¿Y sin la presencia japonesa? ¿Y sin la presencia italiana? ¿Y sin la creatividad de los pobres que comenzaron a freír choncholí y le sacaron el gusto?
IPC: Un periodista japonés me dijo una que vez que en América Latina se habla tanto que la palabra se devalúa. ¿Cree lo mismo?
MH: Yo creo que hay un poderoso desgaste de la palabra en su valor de compromiso. Ahora, hay culturas en las que si yo le digo a alguien en broma “pucha, no seas mentiroso”, se siente ofendido, y acá hasta con cariño decimos “pucha, qué mentiroso que eres”. No le damos al valor del compromiso, a la palabra, el peso que esta tiene. ¿Por qué razones? ¿Será porque acá la ley se acataba pero no se cumplía? Pero en todo eso hay un poderoso proceso de aprendizaje. Yo creo que ahora con la globalización, con la modernización, tenemos que ser mucho más cumplidos, estar mucho más de acuerdo con la palabra empeñada, etc.
IPC: El presidente dijo que el pueblo peruano es quejoso y derrotista. ¿Coincide con él?
MH: Yo creo que las generalizaciones son de evitar siempre. Hace muchos años, un pensador muy brillante, Albert Hirshman, decía que América Latina sufría de fracasomanía, la manía de fracasar, la tendencia a fracasar, lo que Julio Ramón Riberyro llamó “La tentación del fracaso”. Sí pues, de repente hay una cierta tentación al fracaso, pero cómo un país que no ha tenido tantos logros podría tener una actitud súper optimista. Sería bueno que tuviéramos una actitud más positiva frente a nuestro futuro, sería formidable. De repente hemos incorporado, no sé si demasiadas derrotas, pero demasiadas construcciones de sentido común narrativo sobre las derrotas, tenemos tanto eso metido que nos curamos en salud diciendo “no espero”. Garcilaso de la Vega, no el nuestro sino el poeta toledano, decía que “quien no espera bien, no hay mal que dañe”.
IPC: Mejor no tener esperanzas.
MH: Claro. Pero ya que usted habla de esperanza, la esperanza es una virtud de repuesto. Se tiene la esperanza cuando falla la fe. Los griegos antiguos decían que la esperanza era la última de las desdichas de la caja de Pandora; impedía el realismo. Cómo recuperar la confianza para mí es fundamental. Yo trato de evitar esencialismos, eso de “somos así”, y no decir “estamos siendo de esta manera”. ¿Por qué estamos siendo desconfiados? Esa es para mí la pregunta que debiéramos hacernos todos y cada uno de nosotros.
IPC: Cuando pasa algo malo decimos “así somos pues, estamos en el Perú”, y damos por cerrado el tema.
MH: Sí pues, es que tenemos esa actitud. Pero la tiene mucha gente. Yo me acuerdo de que en una época, cuando alguien decía “en este país”, lo corregía “en nuestro país”. Yo pensé “caray, cómo tratamos a nuestro país, como ‘este país’”. Y prendo la televisión española y todos dicen “pues en este país”. No es que nos distanciemos de nuestro país. Pero hay una encuesta, “usted qué dice, ¿los peruanos somos corruptos?”. “Sí, somos corruptos”. “¿Usted es corrupto?”. “No señor, no”. La encuesta representa a la totalidad del Perú que dice que todos somos corruptos, pero nadie admite ser corrupto.
IPC: Es como cuando se le pregunta a la gente “¿los peruanos son racistas?”. “Sí”. “¿Usted es racista?”. “No, yo no”.
MH: Y además, qué cosa es ser racista en sentido estricto. Alguien pregunta “señor, ¿usted aceptaría que su hija se case con un hotentote que viene de África mañana?”. “No, creo que no”. “¡Ah, racista!”. “Señor, ¿usted que es judío ortodoxo aceptaría que su hija se case con una católica?”. “No”. “Racista”. La gente tiene estilos y preferencias que no son necesariamente racistas. Que hay racismo, lamentablemente lo tenemos. Y a veces uno se sorprende en gestos racistas, discriminatorios, estúpidos. Sí. Pero la coherencia nunca ha sido una virtud maravillosa del ser humano. Y compartir tampoco ha sido una virtud maravillosa que todos los humanos practiquen. Como decía un personaje de César Calvo en Las tres mitades de Ino Moxo, un brujo del Amazonas: “Cuánto más conozco al ser humano, más ganas me dan de nacionalizarme culebra” (risas).
Fuente: International Press – Japón
Fecha: Lunes 27 de diciembre de 2008