La reunión del Acuerdo Nacional del viernes último ha puesto en evidencia una vez más el valor de aquello que siempre es dejado a la cola de las mayores prioridades: el desarrollo del sistema político democrático.
Nos hemos acostumbrado a vivir dentro de su precariedad, consolándonos unas veces por haberlo salvado de una dictadura o una autocracia, y otras por haberlo reencauzado, en términos electorales, para asegurar básicamente la conquista del poder y la alternancia en el poder, y nada más.
Los saltos que queremos dar hacia el desarrollo económico y social, incluso con el mejor modelo, van a ser siempre pequeños y limitados mientras mantengamos el sistema político parado en el partidor de sus propias fallas, rémoras, contradicciones y miserias.
Hasta ahora hemos hecho de él más un medio que un fin, más una formalidad que una realidad, más una palanca de ventajas temporales que un compromiso nacional de largo plazo, capaz de construir el segundo piso que nos falta para hablar más tranquila y confiadamente de estabilidad.
Ver en la última fotografía del Acuerdo Nacional a los ex presidentes Francisco Morales Bermúdez, Valentín Paniagua y Alejandro Toledo, y el estreno de presencia de las ex candidatas presidenciales Lourdes Flores (por el PPC) y Martha Chávez (por el fujimorismo) encabezando la novedad –junto con el primer ministro Jorge del Castillo– de un encuentro cara a cara entre todas las fuerzas vivas del país (políticas, gremiales y sociales) con el Gabinete Ministerial, nos sugiere la imagen de aquella otra cosa: de la reserva política que tenemos y podemos explotar, aunque parte de la cual está de salida, y de la reserva política principalmente joven que no hemos podido construir por el carácter precisamente caudillista de los partidos y del sistema.
Si la incorporación de Flores y Chávez refuerza pluralmente el Acuerdo Nacional, hay también un saldo que reconocer en el denominador común concertador que en su momento cumplieron Morales Bermúdez, propiciando la apertura y la Asamblea Constituyente de 1979 (con todas las responsabilidades que nunca dejó de asumir como gobernante de facto); Valentín Paniagua, poniendo las bases de una transición democrática en sí misma serena y sólida que nos permitió dejar atrás el desmoronamiento político y moral que siguió a la caída de Alberto Fujimori; y Toledo, justamente como impulsor inicial del Acuerdo Nacional.
Finalmente, el protagonismo jugado desde atrás por Alan García, para dejar en su primer ministro Del Castillo la potencial función convocante del Acuerdo Nacional, pone a este en la vía de conseguir más resultados que discursos a favor de las grandes políticas de Estado todavía ausentes.
Fuente: El Comercio – OPINIÓN
Fecha: Domingo 13 de agosto de 2006