El nuevo primer ministro, Yehude Simon, ha entrado en las ligas mayores de la política peruana como un “llanero solitario”. Es dueño de un partido recién inscrito. Carece de bancada o alianza en el Congreso. Y más de un sector de la izquierda o de la derecha quisiera bajarlo del caballo.
¿Con qué fortaleza o fortalezas Simon tendría que ser el jefe de gobierno del día a día que todos esperan ver en la práctica?
Dos son sus principales fortalezas. Una, su perfecta identificación con las demandas del interior del país, a lo que añade el apoyo de la mayoría de presidentes regionales, cosa que no había logrado hasta ahora el Gobierno Central. Otra, su incondicional voluntad de diálogo con la oposición, cuya práctica no solo tiene que diferir de la de Jorge del Castillo sino aspirar a convertirse en un mecanismo de concertación fluida y duradera, capaz de rescatar los puntos mínimos de consenso entre las fuerzas políticas.
El gran problema de los intentos de diálogo en un país políticamente desestructurado como el nuestro ha sido siempre la falta de amarre fuerte de esos puntos mínimos de consenso, que de hecho existen, desde la izquierda hasta la derecha, y viceversa, en los campos de la educación, la salud, la seguridad interna, la infraestructura, los programas sociales y la lucha contra la inflación y la corrupción.
De este modo, los diálogos no tendrían que devenir en sesiones de protocolo político ni en recursos de apagafuegos (cuando los conflictos sociales se embalsan o explotan en las narices del Gobierno), sino en instrumentos de acuerdo común para hacer viables iniciativas, proyectos y políticas que reclaman la presencia, alrededor de una mesa, de quienes tienen que dar la cara en nombre de lo que realmente representan, más allá de sus intereses particulares e ideológicos, por decirlo así.
Los diálogos de Simon, que ya los inició con una parte de la oposición, deberían tener también un efecto multiplicador, de modo que podamos ver en breve, sentados a la misma mesa, al presidente de la Confiep, Jaime Cáceres, y al secretario general de la CGTP, Mario Huamán, en pos precisamente de un acuerdo de puntos comunes y de amarre firme de los sectores empresarial y laboral, cuyos intereses deberían ser ventilados franca y crudamente en un encuentro de esta naturaleza.
Simon sabe, pues, que tiene en su propuesta y práctica de diálogos una fortaleza con la que puede ganar adeptos y desarmar adversarios y más aun si lo hace en beneficio de lo que al país le hace tanta falta: una buena dosis de concertación política, como la que promete el Acuerdo Nacional, a la espera de la voluntad cohesionada de sus miembros.
Fuente: El Comercio
Fecha: Sábado 18 de octubre de 2008