Aunque las metáforas de origen castrense han hecho mucho daño a las prácticas democráticas, la vida y la ciencia políticas incorporaron tempranamente a su vocabulario la clásica distinción que el lenguaje militar establece entre táctica y estrategia. En esta dicotomía, lo táctico corresponde a los movimientos de corto plazo y lo estratégico a los desplazamientos de largo plazo. La táctica es el arte de la batalla; la estrategia, el arte de la guerra.
En la política, la estrategia es el dominio de los estadistas, mientras que la táctica es el quehacer de los políticos de coyunturas. El estratega se preocupa por la historia; el táctico por las cámaras y los titulares y, en todo caso, por los votos que cámaras y titulares pueden inducir. Es por eso que el Diccionario de la Academia define escuetamente a la estrategia como “arte de dirigir las operaciones militares”, mientras que a la palabra “táctica” le asigna el significado de “conjunto de reglas a que se ajustan en su ejecución las operaciones militares”. El estratega dirige, el táctico ejecuta. Pero también la Academia otorga a “táctica” la acepción de “sistema especial que se emplea disimulada y hábilmente para conseguir un fin”. Disimulada y hábilmente.
El debate constitucional se entrampó y enturbió cuando la Constitución dejó de considerarse un asunto estratégico para el país y pasó a ser materia de movimientos tácticos, en los que predominó el cálculo encuestocrático de cada partido, junto con la obvia conciencia de que el consenso entre los políticos no resulta suficiente, hoy por hoy, para considerar que existe un consenso nacional. Mientras primó lo estratégico se avanzó enormemente en el acuerdo parlamentario que llegó a cubrir la mayor parte del texto constitucional. Pero cuando emergió la consideración táctica el consenso se pasmó y el asunto quedó abandonado.
Un mérito principal del mensaje presidencial del 28 de julio ha consistido en recuperar la asignatura constitucional en la agenda de esta transición que cada día parece más trunca. Y en invocar a un consenso nacional, no sólo partidario, para abordar el problema. La reacción de los tácticos no ha podido ser más virulenta. Lo que constituye una paradoja, ya que es evidente que a todo el país, y en particular a quienes piensan que pueden ganar las próximas elecciones, les conviene dejar zanjado el espinoso asunto constitucional para empezar a gobernar con reglas claras y tranquilidad suficiente.
Ojalá que, por lo menos, esta iniciativa presidencial abra el espacio para retomar, con mayor amplitud y profundidad el debate constitucional que el Congreso de la República inició y luego abandonó. Ojalá que podamos superar la táctica de defensa disimulada y hábil de la constitución fujimorista que nos sigue rigiendo. Y ojalá que en este empeño podamos salvar lo que ya es consenso democrático (en particular, el capítulo económico) para establecer un orden político genuinamente democrático, representativo y participatorio.
Fuente: La República
Fecha: Jueves 5 de agosto de 2004